Desde
los tiempos de los antiguos romanos se acostumbraba confirmar los esponsales
con regalos que el esposo hacía a su futura esposa y rara vez al contrario, los
que se denominaban donaciones esponsalicias, arras y prendas.
Entre estas prendas el más solemne era el anillo, que el esposo
acostumbraba a dar a la esposa como signo y testimonio del pacto mutuo. Esta
ceremonia era ya empleada por los romanos antes del cristianismo y aprobada
también por los judíos. No lo utilizaban por lujo si no para indicar custodia
de la casa, que estaba encargada a la mujer recién casada, a quien se le
entregaban las llaves. El anillo era señal del futuro matrimonio prometido y
con éste se unían sus corazones. Se cree ya desde los antiguos que llevar el anillo
en el dedo anular de la mano izquierda, se debe a que hay en él una vena que
llega hasta el corazón. En tiempos de Plinio el Viejo, quien ya relata esta
costumbre, el anillo era de hierro, y en el siglo II d.c ya era de oro [1].
[1] DOMINGO
CAVALLARIO: Instituciones del Derecho
Canónico, en las que se trata de la antigua y nueva disciplina de la iglesia, y
de las causas de sus mutaciones, Tomo 5°. Madrid, 1846. pps. 122-123.